Por Mariano Ribas*
manoribas@yahoo.com
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Imagen superior: "Universo en formación"
(Silvia Smith) |
El universo es tan grande, que sus grotescas dimensiones,
expresadas en miles de millones de años luz, nos incomodan
intelectualmente. Y por si fuera poco, está en plena
expansión. Asimilar las verdaderas proporciones del
cosmos parece una tarea casi sin sentido. Sin embargo, podemos
intentar algo: jugar con un universo a escala. Y así,
tal vez, podamos paladear parte de su inmensidad.
Tierra, Luna y Sol
Nuestro primer paso será reducir el diámetro
de las Tierra (12.756 km) unas mil millones de veces. Es una
medida muy drástica, cierto, pero, como iremos viendo
más adelante, no hay más remedio. Así,
nuestro planeta pasaría a ser una bolita de un centímetro.
Entonces, la Luna (3476 km) tendría un diámetro
de tres milímetros, y se ubicaría a 30 centímetros
de distancia (que representan a los casi 400 mil kilómetros
que realmente las separan). Es sólo el comienzo, porque
lo que sigue será mucho más impresionante.
Nuestra próxima estación es el Sol. Y a partir
de ahora, a caminar, porque nuestra estrella está 400
veces más lejos que la Luna. Si la “bolita Tierra”
estuviese en una esquina, tendremos que llegar hasta la otra
para encontrarnos con el Sol (de casi 1,4 millón de
kilómetros de diámetro), que aquí será
una señora bola de un metro de diámetro. A nuestra
escala, esa cuadra (y cada una de las que sigan) equivale
a los 150 millones de kilómetros reales que nos separan
de nuestra estrella. En el camino, por supuesto, nos encontraríamos
con Venus (de 9 mm) y Mercurio (de 4 mm), adecenas de metros
de nosotros, y entre sí. Ahora bien, esa cuadra sólo
representaría el radio de la órbita terrestre,
porque la órbita completa ocuparía un área
similar a la de cuatro manzanas (dos por dos). La cosa va
tomando color: sólo para representar razonablemente
bien la escala del sistema Tierra-Sol, haría falta
una plaza grande, con una bola de un metro en el centro y
una bolita de un centímetro deambulando por los bordes.
Caminando por el Sistema Solar
Sigamos caminando por la avenida astronómica, pero
esta vez vamos para el otro lado. Salimos de la esquina donde
está la Tierra, cruzamos la calle, y casi a la media
cuadra nos estará esperando Marte, una rojiza bolita
de seis milímetros (su diámetro real es de casi
siete mil kilómetros). Pasamos de largo, llegamos a
la siguiente esquina, y cruzamos: tenga cuidado, y mire para
todos lados, porque justo por esa calle están pasando
montones de asteroides desordenados, la mayoría de
ellos del tamaño de un grano de arena, e incluso, menos.
Es el famoso y superpoblado Cinturón de asteroides.
Después de andar otras tres cuadras, sin encontrar
nada más que alguno que otro ínfimo rastro de
polvo interplanetario, o en el mejor de los casos un cometa
vagabundo, llegamos a la esquina donde está Júpiter
(143.000 kilómetros de diámetro), representado
por un pomelo. Estamos a cuatro cuadras de la Tierra. Pero
para llegar a Saturno, algo más chico que Júpiter,
habrá que hacer cinco más. Valió la pena,
porque el gran planeta anillado es uno de los espectáculos
más increíbles de la naturaleza. Si mira con
cuidado, verá que por ahí anda revoloteando
la sonda Cassini, de la NASA. Ya estamos a 10 cuadras del
Sol y a nueve de la Tierra. ¿Ya se cansó? Bueno,
paremos un poco.
Seguimos: la próxima estación es Urano, que
está mucho más lejos. Siguiendo por la misma
avenida, son otras 10 cuadras. Y 12 más para llegar
hasta Neptuno. A nuestra escala, ambos mundos, gaseosos y
azulados, tienen el tamaño de una nuez. Ya caminamos
más de media hora a buen paso..., ¿falta mucho
para el “planeta enano” Plutón? Otras diez:
la helada esferita, de dos milímetros de diámetro,
recién aparece a 40 cuadras del Sol. Y algunos de sus
incontables vecinos del Cinturón de Kuiper (ese inmenso
anillo de cuerpos congelados que rodea al Sol, marcando una
suerte de frontera), se ubican, todavía, bastante más
allá. De esta manera, el diámetro de nuestro
modelo del Sistema Solar sería de unas 100 cuadras.
Y no lo olvidemos: el Sol tendría un metro, y la Tierra,
un centímetro.
La escala estelar
Las distancias dentro del barrio solar están en el
orden de los cientos y miles de millones de kilómetros.
Y son lo suficientemente “chicas” como para poder
reducirlas a escalas urbanas. Sin embargo, el panorama comienza
a complicarse cuando nos introducimos en el medio interestelar.
Ya no podremos seguir caminando. Y la única variante
será volar con la imaginación. Veamos por qué:
la estrella más cercana al Sol, el sistema triple de
Alfa del Centauro, está unas seis mil veces más
lejos que Plutón. Son más de 40 millones de
millones de kilómetros de espacio casi vacío.
Una distancia que la luz, viajando a 300 mil kilómetros
por segundo, tarda cuatro años en recorrer: por eso
se dice que Alfa del Centauro está cuatro años
luz del Sistema Solar. Si mantuviésemos la escala anterior,
aquella bola de un metro que representa al Sol estaría
a unos 30 mil kilómetros de Alfa del Centauro (dos
bolas similares, y una tercera, bastante más chica,
girando en torno al par).
Es demasiado. De hecho, semejante modelo sería imposible
de materializar en la superficie terrestre, porque no existen
dos puntos en nuestro planeta que estén separados por
semejante distancia (haciendo el trayecto más corto,
se entiende). Así que para llegar a un esquema más
comprensible, vamos a achicar todo 1000 veces: ahora, el Sol
medirá un milímetro, Plutón (cien veces
más chico que un grano de arena) estaría a cinco
metros de él, y Alfa del Centauro a 30 kilómetros.
Detengámonos un momento a pensarlo: ambas estrellas
serían dos puntitos separados por 30 mil metros. Y
eso es apenas un atisbo de lo que vendrá. Sirio, la
estrella más brillante del cielo, sería otro
puntito, ligeramente más grande, separado del Sol por
una laguna de espacio de 60 kilómetros (equivalentes
a los casi 9 años luz reales). La fabulosa Betelgeuse,
una de las estrellas más grandes de la galaxia, sería
una pelota playera a 2000 kilómetros (la distancia
que hay entre la Capital Federal y las islas Malvinas). Y
Rigel, a 6000 kilómetros: si aquel Sol de un milímetro
estuviera ubicado en Buenos Aires, la azulada estrella (que
podemos ver en estas noches de verano, brillando intensamente
por encima de las Tres Marías) sería una pelota
de tenis ubicada exactamente en el Polo Sur. Miles de kilómetros
donde, muy de tanto en tanto, encontraríamos algunas
“bolitas” estelares más, y migajas de polvo
y gas interestelar. Sólo eso. Así son las cosas
en el medio interestelar, donde las estrellas (y qué
decir de los planetas) no son más que muy esporádicas
salpicaduras de materia que distraen el vacío. A pesar
de haber comprimido el Sol a un milímetro, y los años
luz a kilómetros, los números empiezan a escaparse
una vez más. Para seguir adentrándonos en las
profundidades de la galaxia en la que vivimos tendremos que
hacer otro ajuste.
Achicando la galaxia
Vamos a achicar todo 1000 veces más. Ahora el Sol medirá
una milésima de milímetro, cien veces menos
que un grano de arena. Así, Plutón estará
a 5 milímetros de nuestra estrella, Alfa del Centauro
a 30 metros, y Rigel, a 6 kilómetros. Con este achique
podemos empezar a sondear con más comodidad la enormidad
de la Vía Láctea. La famosa Nebulosa de Orión,
esa gran fábrica de soles, nos quedaría a 10
kilómetros (que equivaldrían a los 1500 años
luz reales). El cúmulo globular Omega del Centauro,
un monstruo esférico que reúne a 5 millones
de soles, aparecería diez veces más lejos. Y
el corazón de la Vía Láctea, esa metrópoli
donde se amontona la mitad de la población estelar
de la galaxia, y que aparentemente esconde en sus entrañas
un súper agujero negro, distaría de nosotros
unos 200 kilómetros. O sea: si el Sol fuese una partícula
de polvo (en realidad, menos que eso) situada en el centro
de la Capital Federal, el núcleo galáctico,
en torno del cual gira esa partícula (y junto a ella,
la Tierra y toda la familia solar) estaría en Montevideo.
A esta misma escala, toda la Vía Láctea (con
sus 100 mil años luz de diámetro) sería
apenas un poco más grande que la provincia de Buenos
Aires. Y el Sol, volvamos a decirlo, sería menos que
una mota de polvo. Una entre 200 mil millones de “motas-estrellas”.
Vecindario galactico
Hasta hace poco más de un siglo, la mayoría
de los astrónomos creía que la Vía Láctea
era todo el universo. Si así fuera, aquí se
terminaría nuestro viaje. Pero no es así: tal
como descubrieron Edwin Hubble y otros científicos
durante la década del ‘20, el cosmos es un mar
de miles de millones de galaxias, separadas por aterradoras
lagunas de espacio prácticamente vacío. Y por
si fuera poco, está en constante expansión.
Pero ese ya es otro gran tema. Lo cierto es que, si insistiéramos
con la escala anterior, no llegaríamos a ninguna representación
mentalmente asimilable de la macroestructura cósmica.
La única forma de continuar es achicar todo un millón
de veces. Y veremos qué ocurre.
Ahora, aquella Vía Láctea que tenía el
tamaño de la provincia de Buenos Aires será
un disco de escaso metro de diámetro. A menos de 2
metros, aparecerían sus dos pequeñas (comparativamente
hablando, claro) galaxias satélites, la Nube Mayor
y Menor de Magallanes. Y mirando en dirección exactamente
contraria, y casi a 30 metros de distancia, nos encontraríamos
con Andrómeda, la hermana mayor de la Vía Láctea.
Todas estas islas estelares forman parte del llamado Grupo
Local de galaxias, que, en total, cuenta con casi 40 integrantes.
Y según la misma escala, todas entrarían en
el volumen de un pequeño estadio. Como vemos, en términos
comparativos, las distancias entre las galaxias son mucho,
pero mucho más chicas que las que separan a las estrellas:
en un cúmulo de galaxia, la distancia entre cada miembro
y el otro es, en promedio, de unos diez diámetros galácticos.
En cambio, la distancia promedio entre dos estrellas es de
100 millones de diámetros estelares. Sea como fuere,
lo que salta a la vista, una vez más, es que la mayor
parte del espacio está brutalmente vacía.
Fronteras cósmicas
El Grupo Local es apenas uno más entre los millones
y millones que pueblan el universo. Siguiendo con los parámetros
anteriores, a 600 metros de nuestra vecindad galáctica,
daríamos con el gran Cúmulo de Virgo, una agrupación
de dos mil galaxias. Y viajando diez o doce veces más
lejos, a 6 kilómetros de aquel pequeño estadio
que contiene a la Vía Láctea y sus compañeras,
llegaríamos al Cúmulo de Hércules. En
el universo verdadero, esta fabulosa población de miles
de galaxias está a unos 700 millones de años
luz de nosotros. O sea: la luz de aquellas islas de estrellas
que hoy está llegando a los telescopios terrestres,
salió de allí antes de que aquí se produjera
aquella gran explosión biológica del Cámbrico.
Y podríamos seguir sondeando al cosmos bastante más
allá. Los límites del universo observable se
ubican a unos 13 mil millones de años luz de la Tierra
(y lo de “observable” no es un detalle menor,
porque, en realidad, es mucho, mucho más grande que
eso). Llevando al límite de la practicidad nuestra
escala galáctica, podríamos decir que esos “bordes”
–que físicamente no son tales– estarían
a 130 kilómetros, mirando en todas direcciones, desde
aquella Vía Láctea de 1 metro de diámetro
(una relación de 1/130.000), Haciendo un último
esfuerzo de simplificación, eso equivaldría
a una moneda de cinco centavos, rodeada por una extensión
de espacio de 10 cuadras en todas las direcciones posibles.
Así de perdida está nuestra galaxia en el mapa
universal.
A esta altura, inevitablemente, surge otra cuestión:
la dimensión temporal del universo. Un aspecto intelectualmente
tan provocativo como su dimensión espacial: pensemos,
sin más, que en ese mar de tiempo que ha transcurrido
desde el Big Bang (el “estallido” que dio origen
a todo lo que hoy existe), nuestras vidas no son más
que un fugaz parpadeo. Pero esa ya es otra historia que merece
todo un capítulo aparte. Mientras tanto, hasta aquí
llegamos en este viaje extraordinario: al fin de cuentas,
nos hemos asomado conceptualmente al vértigo de los
abismos cósmicos, la máxima expresión
espacial de la existencia.
En avión por el cosmos
* • Lic. Mariano Ribas es Coordinador del Área de Astronomía del Planetario de la Ciudad de Buenos Aires Galileo Galilei, desde el año 2000.
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